Monday, October 23, 2006

La savia de una sabia

De la caja negra de Zerulean:

-Cuéntame un momento vergonzoso.- Dijo Cecilia mientras sus ojos seguían el recorrido del humo de su cigarrillo.
-Pués, ¿de que tipo? Tengo muchos.-
- Alguno con una mujer.-
- Deja ver... ah, un día me dejaron plantado.-
- ¿Quien fué?-
- Una tipa que no conoces. Ya tiene algún tiempo de eso. Ibamos a salir de paseo y apenas unas horas antes me dijo que no podría venir porque se le extendió una peda. No mames.-
- Mierda. Que cabrona. Hay que reconocerle su honestidad aunque más bien tire a cinismo. Pero eso no me parece que dé vergüenza. Enojo o desilusión si, pero no vergüenza.-
- Dá vergüenza que te planten. Un plantón significa muchas cosas. Ser postergable da pena. Pero la vergüenza también fué que fuí a hacer el picnic que había planeado yo solo. La gente me veía ahi sentado en el prado con la botella de vino y dos vasos.-
- Al final quien planta se devalua a sí mismo y no a quien deja plantado ¿Y porque aún así fuiste?-
- Número uno, no iba dejar que ella me arruinara el plan. Número dos, lo hice como un ritual para despedirme de ella.-
- ¿ No la volviste a ver?-
- No. Nunca nadie me había dejado plantado.-
- Exageraste. Un plantón no es para tanto.-
- Si, lo sé, pero así soy yo. Supongo que en parte fué la novedad del plantón, realmente no supe como manejarlo. Mejor me largué para siempre.-
- Ah, pues la próxima vez que quedemos en algo te voy a dejar plantado. Así puedes familiarizarte con los plantones y ver que puedes tomar otras medidas.-
- Si me avisas ya no es plantón. Olvídalo. Mejor tú cuentame un momento vergonzoso.-
- Un día en una cena que dió mi papá para unos músicos de la sinfónica de Belgrado que vinieron de gira, a uno de ellos, que era nuevo en la orquesta, le escupí en la cara porqué me tocó una nalga.-
- A tí no te da vergüenza hacer eso. Era tu derecho, ¿no?-
- La vergüenza fué que lo tenía a medio metro y no le dí. Justo antes de escupirle le grité que era un pendejo y en lugar de que el gargajo saliera surcando los cielos, no sé que hice, pero la saliva solamente se escurrió por mi labio y era tan espesa que se quedó colgando de mi boca como una liga de bungee. Mi papá, que se acercó cuando grité y no había visto lo que hizo el idiota ese, me disculpó con los invitados y les dijo que sufría de un ligero retraso mental. Pensó que estaba ebria. Y sí lo estaba, pero, imagínate, yo que presumía que podía lanzar un escupitajo a diez metros.-
- ¿Y qué hiciste entonces?-
- Como mi papá ya me había justificado y al mísmo tiempo me dió carta libre para hacer lo que quisiera por mi supuesto retraso mental, entonces hice bizco y me acerqué al idiota que me nalgueó y haciendo ruidos de lelo comencé a frotar mi cara contra la suya para embarrarle mi saliva. El guey se quedó pasmado mientras todos nos veían. Mi papá me tomó del brazo y dijo que aunque ligero a veces mi retraso se agudizaba. Entonces 'Estanislav', o como quiera que se llamara el pendejo, comenzó a vomitar. Que mamón. Como si mi saliva diera tanto asco.-

Cecilia se llevó su oboe a la boca y comenzó a tocar la sonata de Mozart que tanto me gusta. Pensé que toda esa gente que vió el incidente que recien me había contado la conocía, pues ella había tocado en Belgrado con la sinfónica como músico invitado hacía apenas medio año y sabían por lo tanto que no sufría de ningún retraso mental o cosa parecida. Por el contrario, sabían que era en exceso inteligente, impulsiva y vengativa y que generalmente se salía con la suya. Más de uno había corrido con la suerte de 'Estanislav' o como quiera que se llamara. Sus nalgas eran una trampa oculta con una hermosa carnada para cualquier incauto con buen ojo que se sintiera con suerte. No dudo que algunos de los viejos lobos de la orquesta le hubieran preparado esta novatada al pobre Estanislav.
Claro que yo tenía que hacer patente que para mí esas nalgas no eran ninguna trampa, sino que eran el pedazo de paraiso al que tenía acceso, así que me acerqué y se las apreté.
- ¿A mi también me vas a escupir o prefieres babearme?- La reté. Ella giró y sacudió su oboe haciendo que unas gotas de su saliva pasaran justo a ún lado de mí.
- He invertido tanta saliva en tí que creo que la debo dosificar con besos.-
El resto del día de campo siguió tranquilo. Yo sabía que ella no quería escupirme y ella que yo no la dejaría plantada nunca.

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