Sunday, September 17, 2006

Cenando con mis demonios

Llegaron todos los invitados. La noche transcurrió tranquila, muy civilizada, dejando ver el entrenamiento de la buena educación y la valoración de los buenos modales. Nunca tomamos el postre, pasamos directamente al digestivo, una buena copa de... lo que sea. No es que lo necesitemos, simplemente son las ganas de comenzar a beber.
Nos miramos a los ojos unos a otros, hablamos de los hechos recientes, de los nuevos dolores. Siempre alguien se encarga de amplificarlos. Después alguien se encarga de hacer analogías con antiguos dolores. Alguien plantea sus proyecciones al futuro. Otros hablan de los origenes y causas, etc. La verdad es que hace algún tiempo que me dí cuenta lo aburridas que son estas cenas con mis demonios. Siempre hablan de lo mísmo. Se repiten una y otra vez, parecen como un eco interminable, la reiteración que ya fué hecha un millón de veces y se convirtió en un mantra. Apenas surgía un pequeño estímulo y comenzaban todos a pactar las mismas medidas que nos tienen en donde estamos.
Hoy, por primera vez y harto de oir las mismas estupideces una y otra vez les dije -¡No! Esta vez no haremos eso. Ya basta. ¿Qué demonios les sucede, demonios?¿No se supone que ustedes son el mal?¿Porqué intentan parecer ángeles?¿Porqué pretenden que vivamos como un monje sacrificando todo a cambio de nada? ¡A la mierda! Esta vez tienen que funcionar como demonios. Hagan el mal, no lo cobijen. Maten a la condescendencia, violen a la misericordia. Exijan, no den. ¡¡Inflen el ego!! Roben, no pidan. Olviden, no recuerden.-
Mantuvieron un silencio. Se miraban unos a otros. Mantenían una mirada de incredulidad. La sorpresa estaba en sus caras. Al principio pensé que estaban espantados por oirme decir este pequeño manifiesto pero poco después me dí cuenta que en todos y cada uno de ellos había florecido una siniestra sonrisa. Sabían que su espera había rendido frutos. El momento había llegado y lo disfrutaban, vivian una epifanía. Adoraban a su mesías. El mal que tan hábilmente cultivaron en mí con psicología inversa (sabían que no podrían hacerlo de otra forma por mi actitud siempre retórica) había sido parido.
Caí en su trampa. Me atemoricé, no lo niego. Pero ahora me siento bien. Hay un calorcito sobrecogedor aquí dentro. Creo que sale del caldero que encendieron para hervir mi alma, al rededor del cual bailan enloquecidos. Es un espectáculo grotesco, pero no deja de tener ese encanto de Broadway. Broadaway... en serio son el mal. Espero que ser malo no implique tener mal gusto.
Durante todo este tiempo no me dí cuenta que en estas cenas que compartiamos yo era el platillo principal. Ahora cambiará el menú. ¿Quien será nuestro platillo principal? Siempre he preferido la pechuga.

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